El circo y el averno: Freaks (Tod Browning, 1932)

El circo y el averno: Freaks (Tod Browning, 1932)

 

Para Alberto, Carlos, Fernando, Frank, Ivana, Jesús Miguel, Jorge y Jorge, Josemari, Juan Carlos y Juan Karl, Kyriakos, Lois, Mabel, Mª Inés, Mariela y Mario Alberto, Neelakant, Paul, Pedro y Pedro, Pepa, Rodrigo, Rosa, Talles, Vanwall, Wirad y Wolfgang.

 

UN CINEASTA CAPITAL

Tod Browning nunca fue un director del que cupiera esperar grandes alardes formales, ni mucho menos innovaciones: ni pasmosos movimientos de cámara, como los de SUNRISE (Amanecer, F. W. Murnau, 1927); ni juegos con el montaje que expandieran las posibilidades expresivas de este recurso, como hicieron Griffith, Ejzenshtejn o, con una vena más poética, Dovzhenko; ni líricas y sorprendentes sobreimpresiones, como las que hacen tan emocionante el reencuentro entre Jim y su madre en THE BIG PARADE (El gran desfile, K. Vidor, 1925); ni siquiera inesperados tiros de cámara en picado o contrapicado que revelen un aspecto inédito, como los que el mismo Vidor ofrecería en distintos momentos de THE CROWD (…Y el mundo marcha, 1928); en fin, ningún efecto como esos que rinden inolvidables algunas películas de la época de oro del cine silente. Y, de hecho, cuando Browning fue incorporando alguno que otro a su cine, como es el caso de los elaborados movimientos de cámara de DRACULA (1931), estos ya se habían asumido por la gran generalidad de los cineastas. El director de Kentucky fue, por tanto, en el aspecto estrictamente formal, más un artesano que un verdadero autor…; pero no, y esta es su gran peculiaridad, en lo que toca a la mirada ofrecida sobre su material, aspecto en el que debe ser considerado como uno de los grandes innovadores del cine.

Pues resulta que él y Erich von Stroheim fueron quienes inauguraron el maurodrama o cine sórdido o, cuando menos, quienes le dieron cartas de nobleza en torno a 1919 en el seno de la Universal; en concreto, Stroheim con BLIND HUSBANDS (Maridos ciegos), y Browning, a falta de conocer otras películas suyas anteriores desaparecidas, con THE EXQUISITE THIEF, de la que sólo sobrevive un estupendo fragmento, y THE WICKED DARLING, la cual, en un inesperado efecto de justicia poética, reunió en el reparto a Priscilla Dean y Lon Chaney, las dos estrellas que serían favoritas del director y rostros característicos de su obra muda conservada, es decir, la posterior a 1919, ya que ¡casi treinta películas anteriores rodadas entre 1915 y 1918 parecen estar perdidas para siempre! Y es que la filmografía del cineasta se divide nítidamente en dos etapas asociadas a dos productoras y a dos actores: la etapa Universal, con tantas películas protagonizadas por Priscilla Dean, cuyos personajes solían redimirse al final; y la etapa MGM, casi siempre con el que se reveló como su tándem ideal, Lon Chaney (Senior, evidentemente), dando vida a villanos con frecuencia sin remisión. Y, ciertamente, pese a que su tercera etapa, la sonora a caballo entre sus dos productoras sempiternas, custodia su obra maestra absoluta, no otra que la imperecedera FREAKS (1932), su ciclo con Chaney conforma el conjunto más consistente de toda su carrera.

En fin, como quiera que el maurodrama es un género todavía no reconocido como tal, hagamos un breve inciso para ofrecer una breve descripción de él: surge, insistamos, de las cámaras de Browning y Stroheim, y lo hace como contestación o reverso del folletín, que entonces nutría el melodrama cinematográfico; de hecho, se distingue de su género complementario por su mayor sordidez, su elusión e incluso mofa de lo emocional (rasgo común, por cierto, con el cine cómico o slapstick), su perversión de los símbolos sacros y burgueses, su insistencia en ademanes vulgares y groseros, su preferente identificación con los malvados en detrimento de las víctimas, su hincapié en los instintos más brutales del animal humano, lo que a veces aporta cierta deriva sádica, etc. Directores posteriores que transitaron el género, de forma continuada o esporádica, fueron Kuleshov, Pabst, Buñuel, Sternberg, Hitchcock, Lang, Monicelli o Imamura; y géneros que heredaron su mirada viscosa e impúdica son el terror o el film noir.

Volviendo a Browning, conviene resaltar, para comprobar en qué consiste la mirada sórdida, dos pinceladas de la fundacional THE WICKED DARLING: la primera, un intertítulo, aquel en que, cuando Adele rompe con el arruinado Kent, sus padres le dicen “Temíamos que le devolvieras también las perlas”;

la segunda, un detalle visual, la casera que pone una escupidera bajo el brazo del herido Kent… para que no se le manche la alfombra;

  

eso, por no hablar del amago de Stoop (Chaney, cómo no) de darle un brutal puñetazo a Mary, sin importarle que sea mujer…

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