Cimentando un arte: David Harum (Allan Dwan, 1915)

Cimentando un arte: David Harum (Allan Dwan, 1915)

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Para Federico

 

Hay cineastas y hay títulos que obligan a reescribir la historia del cine. Allan Dwan es uno de dichos artistas; y la temprana DAVID HARUM, una de dichas películas.

Como breve presentación del director de origen canadiense, digamos que su obra podría dividirse en tres períodos: dos esplendores, donde se han de buscar sus mejores películas, y, entre ellos, una prolongada decadencia. Su primera etapa fue su gran época silente, cuando era un director prestigioso y de serie A y cuando se encontraba en la punta de lanza del cine; un período en el que destacan poderosamente, entre las películas difundidas, MANHATTAN MADNESS (1916), su mejor colaboración con Douglas Fairbanks, y MANHANDLED (Juguete del placer, 1924), su mejor film con Gloria Swanson. La segunda etapa, conformada por los largos, larguísimos veinte años desde la llegada del sonoro hasta finales de los cuarenta, comenzó con su decadencia artística en la Fox de los treinta para acabar, en los cuarenta, con su declive industrial, que le comportó el exilio a la serie B de la siempre barata Republic; en dichas décadas ofreció, no obstante, alguna que otra buena película, sólo que muy lejos de la relevancia de las rodadas durante el período mudo. Finalmente, cerraron su carrera los años cincuenta, cuando, sin abandonar la serie B, resurgió cual Fénix a partir de su irresistible parodia SURRENDER (1950), consiguiendo algunas otras de sus mejores películas, en especial SILVER LODE (Filón de plata, 1954) y SLIGHTLY SCARLET (Ligeramente escarlata, 1956).

Pero volvamos a esa segunda década del siglo XX, cuando el cine puso los sólidos cimientos de un lenguaje que se mantiene vigente hasta hoy mismo. En concreto, si la irresistible MANHATTAN MADNESS pondría de manifiesto que el cine ya era, con apenas veinte añitos, lo suficientemente maduro para erigir una parodia de sí mismo con éxito arrollador, la excelente DAVID HARUM, año y medio antes que ella y ocho meses antes que la crucial THE BIRTH OF A NATION (El nacimiento de una nación, 1915), dejó bien claras no pocas cuestiones, tanto más asombrosamente cuanto que la media docena de anteriores filmes de Dwan a los que hemos tenido acceso apenas sobrepasan la condición de curiosidad.

 

1.- El primer punto es que la mítica THE BIRTH OF A NATION, contra lo que se suele sostener, no supuso el certificado de madurez de la capacidad del cine para afrontar una narrativa compleja, pues en DAVID HARUM una trama de cierta complejidad, que involucra al menos a cinco personajes principales, se expone con meridiana claridad y singular acierto; es más, la soltura narrativa ya se encontraba para entonces bien afianzada, como demuestra, sin necesidad de retroceder demasiado, la excelente INGEBORG HOLM (Victor Sjöström, 1913). Ahora bien, la película de Griffith sí puso en primer término el cine como medio de expresión artística absolutamente personal, o si se prefiere, el cine como autoría, pues DAVID HARUM, pese a su también indiscutible personalidad y a más de una posible innovación, se integra en el cine de la época a la perfección: las escenas se suelen desarrollar en plano único, como mucho, en los exteriores, en dos o tres; y en el flujo de imágenes resulta fundamental el movimiento de los personajes en dichas tomas largas.

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La influyente joya “oculta” de King Vidor: Stella Dallas (1937)

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Para Federico

 

Al parecer, hay películas cuya gran importancia en la historia del cine ha pasado desapercibida. Una de ellas es STELLA DALLAS: tal vez porque, como muchos otros títulos de su autor, busca que su primorosa elaboración formal pase desapercibida; o quizá simplemente por ser un señor melodramón que no se avergüenza de serlo, sino que, al contrario, ostenta su condición con justificable orgullo.

Pues bien, STELLA DALLAS está llena de sutilezas que desmienten su apariencia de film más bien normativo y muy de su época y que aquí no trataremos, pues nos vamos a centrar en la influencia decisiva que tuvo en tres grandes del cine, Hitchcock, Sirk y Ozu, para tres de sus mayores obras maestras. Es necesario aclarar antes, no obstante, que STELLA DALLAS no se basa en un guión original, sino que es un remake argumentalmente fidelísimo de STELLA DALLAS (Y supo ser madre, Henry King, 1925), también producida por Samuel Goldwyn y a su vez basada en la novela de Olive Higgyns Prouty. Y, sin embargo, no sólo el material era ideal para Vidor por sus muchas concomitancias con otras obras suyas, ejemplarmente THE CHAMP (El campeón, 1931), sino que el director texano fue introduciendo modificaciones aquí y allá, añadiendo escenas o detalles inexistentes en la primera versión, hasta apropiarse por completo de la historia. Los momentos que vamos a mencionar aquí que tan influyentes fueron no existen, de hecho, en el original y, es más, carecen de diálogos, por lo que parece evidente que no fueron aportación de guionista (Goldwyn se empeñó en que el guión fuera idéntico… o casi), sino cosecha propia del rey Vidor, a buen seguro en su concepción, e indudablemente en su formulación visual. No por nada el texano era uno de los gigantes y de los mayores creadores de formas que ha alumbrado el cine. Vayamos a ellas:

 

1. La secuencia de la sesión a la que Stella se somete para acicalarse y embellecerse (a su manera) con vistas a las vacaciones en el hotel de lujo con su hija Laurel, así como su concepción a base de planos detalle muy breves, la retomaría Hitchcock nada menos que para VERTIGO (1958), utilizando imágenes muy similares.

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Si bien…. los objetivos de King y de Alfred diferían enormemente: mientras Judy se transformará en mujer ideal, Stella lo hace en mujer adefesio, en lo que es una prueba de la amplitud de miras que siempre distinguió al cine de Vidor.

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