El encuentro de dos gigantes: Solaris (1972) en la encrucijada de la obra de Andrey Tarkovsky…, al rebufo de Alfred Hitchcock

El encuentro de dos gigantes: Solaris (1972) en la encrucijada de la obra de Andrey Tarkovsky…, al rebufo de Alfred Hitchcock

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Para José Manuel, Mª Loreto y Alberto.

 

BROTANDO DEL PASADO…

SOLARIS ocupa un lugar un tanto ambiguo en la filmografía de Andrey Tarkovsky. Por un lado, es la película que finalmente acabaría por asentar el personalísimo universo y el solemne estilo del cineasta ruso, el cual, a partir de entonces y con la excepción de ZERKALO (El espejo, 1975), ya no haría más que encadenar obras maestras: tras SOLARIS, STALKER (1979), NOSTALGHIA (Nostalgia, 1983) y OFFRET (Sacrificio, 1986). Pero, por otro lado, la eclosión definitiva del autor Tarkovsky está indisolublemente ligada a otros dos nombres: al escritor polaco Stanislaw Lem y al cineasta británico Alfred Hitchcock.

La influencia más evidente es, claro está, la de Lem, pues él es el autor de la excelente novela en que se basa SOLARIS. Pero, si bien el film hereda de ella su propensión hacia la trascendencia, que ciertamente Tarkovsky ya había mostrado como propia en la anterior y magnífica ANDREY RUBLYOV (1966), la adaptación debida al cineasta y su coguionista Fridrih Gorenshtein, si bien en líneas generales bastante fiel al original, comportó modificaciones sustanciales que van mucho más allá de las ineludibles en todo trasvase entre los dos medios y tienden, en cambio, a aproximar el film, más de lo que nunca se podría barruntar leyendo la novela, a dos de los títulos clave de la filmografía de Hitchcock, REBECCA (1940) y VERTIGO (1958), así como al film de Alain Resnais JE T’AIME, JE T’AIME (Te amo, te amo, 1968). De momento, señalemos que: primero, todo el largo prólogo terrestre es aportación de Tarkovsky, prólogo que comporta unas diferencias de tono y de poso con la novela de primera magnitud; segundo, que, consecuentemente, el final difiere del de la novela, en la letra, pero sobre todo en el espíritu; tercero, que mientras el libro es bastante detallado y prolijo en la descripción de los fenómenos atmosféricos solarísticos, la película prefiere, más por razones de concentración que de presupuesto, pasarlos por alto; cuarto, que por motivos similares Tarkovsky prefirió ignorar los dos soles, rojo y azul, descritos en la novela, para ofrecer una cromatografía menos sideral y más terrestre (queda, no obstante, alguna reminiscencia en los tintados de algunas secuencias); y quinto, que allá donde Lem, como literato, ofrecía testimonios escritos que explicaban la casuística del planeta Solaris, Tarkovsky, como cineasta, opta por ofrecer grabaciones, subrayando así la importancia del hecho fílmico, como bien señala ya el segundo plano de la película y primero en que aparece el protagonista, que sujeta, de hecho, una cámara en Super 8: o del poder del cine para generar conciencias. Este hecho acabará por superar finalmente la mera condición informativa, a la que en cambio sí se ciñen los informes escritos de la novela de Lem, para ahondar, precisamente como en REBECCA, en la cuestión memorística.

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