Figuras e iconos maestros del universo de Raúl Ruiz (y 3)

Figuras e iconos maestros del universo de Raúl Ruiz (y 3)

  

 

Para Alberto, Ana, Arnold, Bárbara, Claudio, Enrique, Francisco Javier, Guillermo, Gabriela y Gabriela, Jose y Josep, Juan Vicente, Lucvino, Marcos, Maria del Carmen, Michael, Purbasa, Raul, Trini y Tura.

 

EL PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE

Como ya comentamos en la primera entrada que dedicamos al cineasta chileno, LA VOCATION SUSPENDUE (1978), por un lado, y LES TROIS COURONNES DU MATELOT (1983) y LA VILLE DES PIRATES (1983), por otro, tal vez sean las películas más significativas de su obra, si bien de distinta forma: la primera trata sobre la realidad como complot, donde las personas se ven desprovistas de cualquier asidero que pueda reafirmarlas en sus convicciones; las otras dos sobre el laberinto de la mente y, todavía más, sobre la existencia de varias realidades superpuestas donde el ser humano simplemente se ve subsumido en un torbellino que acaba por desmontar la mera noción de su existencia, reduciéndolo a veces, visualmente, a la mera calidad de monigote o, existencialmente, de gato de Schrödinger…, que puede estar simultáneamente vivo y muerto.

En particular, LA VOCATION SUSPENDUE y LA VILLE DES PIRATES, así como el sorprendente final de LES TROIS COURONNES DU MATELOT, más proclive en su conjunto a los planos breves con abrumadora profundidad de campo, hacen uso continuo de una figura de estilo favorita de Ruiz, los planos sostenidos. Estos lucen también esplendorosos, como ya vimos, en LES DIVISIONS DE LA NATURE (1978), así como en L’HYPOTHÈSE DU TABLEAU VOLÉ (1979), sobre todo en ese momento soberbio en que el crítico entra en una habitación para acabar siendo rodeado en el cuadro por dos maniquíes que anuncian los tableaux vivants que han de suceder, de modo que, en la equiparación y en la sumersión en los espejos, tanto del hombre de carne y hueso como de los monigotes, el especialista queda sumergido en su propio mundo mental y se torna indistinguible de las criaturas de ficción.

 

Pues, como en el principio de incertidumbre de Heisenberg, las magnitudes correspondientes a la realidad palpable y a lo imaginario muy rara vez se pueden precisar simultáneamente en el cine de Ruiz; es más, resulta arduo comprobar en ciertos instantes en qué universo nos encontramos: por ello, los complejos travellings, por un lado, y los planos dislocados en su perspectiva por abusivas presencias en primer término, por otro, aspectos ambos que conjuga el plano anterior de L’HYPOTHÈSE DU TABLEAU VOLÉ, apuntan a esa otra dimensión donde quizá moran los protagonistas. O tal vez es que no habitan en este mundo…, y puede que nunca lo hayan hecho. O, extrapolándolo al propio autor Ruiz, nunca se sabe muy bien si mora en Chile o en Francia…

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La piedra angular del cine de Raúl Ruiz (2): Les divisions de la nature (1978)

La piedra angular del cine de Raúl Ruiz (2): Les divisions de la nature (1978)

 

Para Alberto, Anne Marie, Antonio, Ariana, Betina, Carlos, Daisy, Eduardo, Fabián, Fernando, Gastón, Guillermo, Gustavo, José Manuel, Henry, Huásvinyl, Iván Francisco, Jonathan, Liliana, Lucio, Lydia, María, Monica, Orangel, Oswaldo, Pablo y Pablo, Quiquín, Régis y Silvia.

 

En el exuberante universo de Raúl Ruiz hay muchísimas imágenes llenas de un significado propio e intransferible que se erigen como constantes visuales definitorias de su cine. La gran mayoría, si no la totalidad, se asentó durante su época de gloria, la que va de 1978 a 1984, y muchas de ellas se expandirían a lo largo de su filmografía de forma más o menos constante. En concreto, hay en la obra del cineasta chileno una pequeña joya, pequeña por su duración, tanto más interesante cuanto que se trata de un cortometraje que es, además, un (supuesto) documental rodado para televisión: LES DIVISIONS DE LA NATURE (1978), episodio de la serie Un homme, un château. Este film viene a ser la piedra angular de su mejor filmografía, aquella deslumbrante semilla de la que surgieron tantas y tantas imágenes.

 

DECONSTRUYENDO EL ARTE… Y LA HISTORIA

LES DIVISIONS DE LA NATURE no es en absoluto un documento sobre el castillo de Chambord, el apabullante complejo que el rey Francisco I erigió en el siglo XVI, sino una reflexión sobre el edificio, sobre su faz laberíntica, sobre su carácter megalómano y monstruoso y, en consecuencia, sobre las aspiraciones del poder y sus contenciosos con la divinidad, como deja bien claro la voz en off del narrador o, mejor dicho, narradores, así como alguna que otra brillante imagen; todo lo cual acaba convirtiendo el film en un ensayo sobre cuestiones puramente metafísicas (¿por esta carencia de triunfalismo se demoró, al parecer, tres años la emisión del corto en la televisión francesa?). Ahora bien, LES DIVISIONS DE LA NATURE también puede entenderse como una obra sinfónica donde el distinto carácter y ritmo de las imágenes crea cuatro movimientos disímiles que suponen sendas aproximaciones distintas al monumento: tres de dichos movimientos o variaciones están numerados, como descendiendo del Cielo a la Tierra, en concreto, I Dieu / Dios, II Les idées / Las ideas, y III Les choses de ce monde / Las cosas de este mundo; el otro, que es el inicial, actúa a la manera de preludio u obertura y, construido sobre un único plano secuencia, de esos que tanto utilizará su autor en la inmediata LA VOCATION SUSPENDUE (1978), pero también en la conclusión de LES TROIS COURONNES DU MATELOT (1983) y en muchos otros títulos, es verdaderamente magistral, una de las cumbres de todo el cine de Ruiz, ¡casi recién aterrizado en Francia!

LES DIVISIONS DE LA NATURE inaugura en la obra del chileno el uso de sus perspectivas imposibles, tanto visuales como sonoras (como el relevo del narrador superponiendo las respectivas voces), conseguidas, en lo que al castillo toca, mediante efectos especiales tan sencillos como certeros: efectos de niebla; degradados; desenfoques; sobreimpresiones; reflejos en el estanque; imágenes en caleidoscopio que exacerban la geometría del edificio; espejos deformantes hasta rendirlo irreconocible, a veces en la misma imagen que las piedras palpables…

 

De este modo, más que ante el edificio propiamente dicho, nos encontramos ante una interpretación de él que destaca toda la megalomanía que sustenta su origen y todo lo ilusorio de su propósito, máxime cuando dichas imágenes aparecen en su mayoría localizadas en los movimientos I y II: como si el castillo fuera una deformación de las exhalaciones de la divinidad o, más a ras de tierra, de las ideas.

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Raúl Ruiz, aventuras y ensoñaciones del chileno errante (1)

Raúl Ruiz, aventuras y ensoñaciones del chileno errante (1)

   

 

Para Abdoul, Adriana, Andrés, Bernardo, Carlos, Daniel, Eduardo y Edwin, Fabián, Gerard, Henry, Hugo, Ignasi e Isidoro, Jesus, José Antonio, José Manuel y José María, José y José, María José, Michael, Nati, Patricia, Rafael, Samuel y Teresa.

 

Aunque parezca mentira, no pocos críticos presentan una clara animadversión por Raúl Ruiz…, mientras la mayoría lo tienen sumido en el olvido, ¿tal vez por el extremo desafío que muchas de sus películas suponen para el espectador?; cuando menos, es lo que sucede en España. Por ello, no es de extrañar que el mayor cineasta que ha dado el Cono Sur sea, a día de hoy, uno de los grandes directores no reconocidos, a pesar de ser uno de los pocos de gran categoría que ha rodado en el siglo XXI; y, si a ello le sumamos la abrumadora feracidad de su obra, sólo equiparable a la de algunos directores surgidos en el período silente y a Godard, pues, entre cortos y largometrajes, ficción y documental, cine y vídeo, su filmografía suma ¡más de cien títulos!, resulta también que Ruiz es uno de los directores peor conocidos de la historia. Así que no es superfluo ofrecer un recorrido, siquiera condensado, por la trayectoria del director chileno por antonomasia y, si se nos permite la broma, casi diríamos, en típico juego de palabras y/o imágenes del cineasta…, por Antofagasta, ciudad tan mencionada en sus películas.

Desde luego, Ruiz no es director de críticos. Por un lado, siempre mostró gran regusto por un fantástico burlón y, en las antípodas de tanto falso genio malcarado, siempre se tomó a sí mismo y a su obra con un sano sentido del humor, tanto tonal como visual, como bien muestran innumerables detalles de LES TROIS COURONNES DU MATELOT y de LA VILLE DES PIRATES, ambas de 1983, de los que seleccionamos: del primer film, esas aviesas manos que se introducen en los encuadres, convirtiendo en irrisorio lo que en la cámara de otro habría sido intranquilizador;

 

y en el segundo, la pelota diabólica que bota sola y vuelve mansa a la mesa de donde salió a la imperativa orden del padre de Isidore (gracias a la sencilla técnica de rodar marcha atrás); el rostro lloroso en primerísimo término de la propia Isidore; el pescador que se echa perfume en los pinreles, que ocupan también todo el primer término de plano como una mariposa;

 

o esa cima del absurdo que supone la comida que Isidore guarda ¡en una maleta!, ¡¡y la cabeza risueña, como de decapitado, que aparece al quitar una hoja de repollo!!

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